Adultos Mayores :: Centro Cultural Rojas


Clarín, 18 de marzo de 2007, suplemento Educación

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Una legión de adultos apasionados por aprender

Es tal el éxito del Rojas que casi duplicó su matrícula desde 2000. Este año, unos 5.300 adultos de más 50 años se inscribieron en el Programa que ofrece 185 cursos. Desde el centro cultural aseguran que son alumnos que “demandan todo lo que un docente puede dar”.

Rubén A. Arribas

—El Rojas es una adicción a una droga. Una vez que entras acá, no lo querés dejar más. Al margen de las cuestiones de enseñanza —que los profesores son excelentes o que se prefiera unas materias a otras—, hay una cuestión de contención social. Hay gente que se quedó viuda, que los hijos se le casaron, que no tiene amigos... Llega acá, y a los dos meses son otras personas. No es mi caso ni el de María Antonia, que vinimos por placer, para aprender más... Pero viene mucha gente porque busca compañía —dice Alba Garibaldi.

—Acá, uno se encuentra con sus pares, y eso da mucha contención —dice María Antonia Muñiz.

—Mire, hace bastantes años un médico amigo —quien desgraciadamente falleció— que sabía que yo venía acá me dijo: “¿Por qué no me traés los papeles del Rojas?” A él lo iban a ver pacientes que estaban deprimidos y se le ocurrió recomendarles venir acá... Sabe, ¡la gente después regresaba a darle las gracias! Era gente que quedaba sola, y la enfermedad que tenía era esa: la soledad —dice Alba.

Además de amigas, Alba y María Antonia son dos adictas al Programa de Adultos Mayores que ofrece el Centro Cultural Ricardo Rojas: llevan casi dos décadas enganchadas. Pero no son las únicas; hay al menos unos 15 alumnos como ellas que participan desde el inicio (o casi) de este programa creado en 1987 y que depende de la Universidad de Buenos Aires. Las mejoras introducidas en la oferta educativa y la solvencia en la gestión durante los últimos años sólo han contribuido a incrementar esa adicción.

En su inicio el programa estaba dirigido a los mayores de 60 años, contaba con 450 estudiantes y ofrecía 28 cursos relacionados con la psicología, la salud y la informática. Veinte años después la edad de acceso son los 50, acoge a 5.300 estudiantes y brinda 185 cursos tan dispares como natación, pintura, la filosofía de Kierkegaard o el cine de Bergman, y todo con aranceles alrededor de 25 pesos mensuales por curso. Su éxito es tal, que quienes desean inscribirse forman cola a las 5 de la mañana cada vez que el Rojas abre la matriculación.

Cristina Lombardi, coordinadora del programa desde octubre de 2006 y en el Rojas desde 1987, explica así el secreto: “No pensamos en los alumnos como jubilados, padres o abuelos; sino como alumnos de la universidad. Esto nos diferencia de otros enfoques, como el gerontológico”. Y añade: “Los alumnos del Rojas vienen para incorporar herramientas con que reelaborar sus vidas, pensarse como ciudadanos y producir conocimiento. No vienen sólo a escuchar a los profesores, sino a participar y a que estos los ayuden a capitalizar saberes que incluso antes ni siquiera reconocían como propios. Para los docentes es un gran placer, pero también una gran exigencia: son alumnos que demandan todo lo que un docente puede dar”.

Es decir: el Rojas pone los profesores y la cafetería; los alumnos, lo demás. Como en la universidad, son los estudiantes quienes dotan de vida al centro cultural: construyen sus redes de amigos, se pasan por el Centro de Estudiantes para debatir la Ley de Educación Nacional o incluso crean una cooperativa, SER —ajena al Rojas—, para viajar juntos por la Argentina. Al parecer, la adicción tiene un motivo: seguir viviendo con intensidad.

—Trabajé como Perito Cerealero... Y siempre digo que estudié Económicas para poder vivir y que ahora vivo para estudiar lo que me gusta —dice Alba—. En el Rojas hice 5 años de Ciencias Políticas, 17 de Historia del Arte, varios cursos de Informática, Tango...

—Yo estudié para lo que me gustaba: maestra de inglés. Y acá continué esa línea: Historia del Arte y Filosofía —dice María Antonia.

Como señala la coordinadora, impresiona el entusiasmo de estos universitarios. Y es que Alba cumplirá 82 años el 29 de abril, nunca se casó pero tiene dos nietos y una sobrina que es como una hija, le ganó la batalla al cáncer hace 5 años y, dadas sus dotes de mando, los compañeros la llaman la Capitana. Por su parte, María Antonia cumple 71 el día después, enviudó uno de estos años que cursaba en el Rojas, dos de sus seis nietos viven con ella y desgraba las clases para sus compañeros. Las dos se jubilaron hace tiempo, pero ambas trabajan todavía en lo suyo... Y parece que tienen cuerda para rato.

—Yo pienso venir hasta los 120 años —dice Alba.

—Yo no sé si tanto... Pero también seguiré acá. Cuanto más aprendo, más puedo dar. Eso, junto con todo lo que viví, puedo transmitírselo a mis nietos. Es muy lindo llevarlos al museo y contarle las cosas que aprendí —dice María Antonia.

Desde luego, el cuerpo se deteriora con la edad; sin embargo, la sabiduría aumenta. Es un hecho. Sólo hace falta cuidarla entre todos. Por eso el adagio clásico dice que si una sociedad descuida a sus mayores, no merece tener historia. Alba y María Antonia ejemplifican por qué esa es una sentencia justa.


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La contención social: una tarea colectiva
“Llegar a los 60, a los 70, a los 80 y tener amigos, compañeros, aprender cosas nuevas, sentir que los hijos te tienen en cuenta, que los nietos te escuchan... Ser feliz. Eso es calidad de vida. Así no se pierde memoria o se contrae alguna psicopatología”.

Según Nidia Schuster, coordinadora del Programa Adultos Mayores de 50 del Rojas entre 2002 y 2006, la calidad de vida depende de tres factores: el psicológico, el biológico y el social. “De los dos primeros se ocupan otras instancias. De la contención social, se encargan lugares como el Rojas; sin embargo, esa labor también es una tarea colectiva”, subraya. Y advierte: “Hoy los jóvenes —incluso los médicos— no tienen paciencia con la gente grande y los hijos apenas les dedican tiempo para escucharlos o para estar con ellos por placer”.

En opinión de esta pedagoga, a partir de los 50 a los adultos les cuesta cada vez más establecer un lenguaje común con los hijos y con los nietos. Por un lado, la pareja decae, los hijos ya no viven en casa —muchos ni siquiera en el país— y el trabajo suele desmotivar. Por otro, el mundo avanza rápido y resulta sencillo quedar desactualizado. ¿Qué hacer? Cambiar de paradigma: “Antes de jubilarse, es bueno comenzar un nuevo proceso educativo que lo enriquezca a uno; así la transición se suaviza”, explica Schuster.

Además, indica, urge que el Estado y el sector privado implementen hoy políticas de cara a la próxima década. “La población de adultos mayores crece a un 3 por ciento anual, cada vez está más cualificada y carece de espacios para integrarse, desarrollar y transmitir sus potencialidades”. Y como idea para el debate, Schuster propone crear la Universidad de la Experiencia, “un lugar mitad club social, mitad universidad, que trabaje en Educación No Formal y que aproveche la experiencia de los adultos para beneficio de todos”.

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Agotados los temas, siempre van por más
Puntuales. Ávidos de conocimiento. Participativos. Solidarios. Y, sobre todo, tan motivadores que los profesores no faltan incluso cuando enferman. Después de 20 años de docencia en el Rojas, Jorge Botaro y Cristina Piaggio definen así a su alumnado. Por cierto, un alumnado que llena clases de hasta 40 personas, que promedia 62 años y gran parte del cual participa en el Programa de Adultos Mayores desde hace mucho.

Piaggio, profesora de Historia del Arte, conoce bien a los irreductibles del Rojas; al menos un grupo de 15 sigue sus cursos desde 1987. Juntos empezaron con el arte en Grecia y, cronológicamente, atravesaron la historia entera hasta llegar al siglo XXI. Agotado hace años el temario, los alumnos tomaron la posta y propusieron temas que les interesaban, como un curso sobre el arte egipcio o un taller donde reflexionar sobre la fotografía digital.

Con razón, a Piaggio le entusiasma el Rojas más que la Escuela de Bellas Artes, donde también enseña: “Allá lo normal es que te digan: ‘Ah, no, pero yo voy a ser artista, no me interesa Historia del Arte’. Acá la mayoría tiene el arte como una asignatura pendiente y no busca un título, sólo quiere aprender”.

El Coordinador del Área de Informática, Jorge Botaro, comparte la admiración de su colega por el ansia de aprendizaje de estos alumnos. Ahí va un dato: en 1987 Botaro comenzó con 4 cursos y unos 100 estudiantes, hoy coordina 35 cursos, tiene 800 estudiantes y debe gestionar largas listas de espera. Y es que las nuevas generaciones de adultos mayores le exigen algo más que manejar el correo electrónico o navegar por Internet: “Ahora estamos también con Photoshop, Flash y diseño de páginas web”, explica sonriente.

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