Fundación Manuel Sadosky


Clarín, 25 de marzo 2007, suplemento Educación

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LANZAMIENTO DE LA FUNDACIÓN SADOSKY

En busca de la herencia humanística
del matemático Manuel Sadosky

El flamante centro de excelencia promoverá la investigación en Tecnologías de la Información y la Comunicación. Lleva el nombre del brillante matemático argentino, cuya generosidad obligaba a los demás a dar lo mejor de uno.

Rubén A. Arribas

Cuando los chicos de la secundaria se preguntan “¿Para qué sirve la Matemática?”, habría que tener a mano la biografía de Manuel Sadosky; su vida resulta paradigmática de qué lugar puede ocupar un científico en la sociedad actual. De hecho, su legado humanístico goza de tal unanimidad y legitimidad social que el Ministerio de Economía, el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, el Consejo de Rectores de las Universidades Argentinas, el CONICET, las cámaras de empresas tecnológicas CICOMRA o CESSI y varios organismos más han elegido su mecenazgo para crear un centro de investigación de punta. La reciente Fundación Doctor Manuel Sadosky es la figura jurídica que sella una alianza estratégica nacional entre el Estado, las universidades y las empresas para aumentar la competitividad del país en el largo plazo. Como explica Tulio del Bono, Secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva la elección del nombre no es azarosa: “Sadosky compromete a un estilo de trabajo”.

Y es que la huella de este matemático permanece indeleble en quienes lo conocieron. Unos lo recuerdan como el visionario que trajo a Clementina en 1960, la primera computadora que tuvo el país. Otros porque simbolizó aquella excelencia en la educación pública por la que se desvivía Sarmiento. Muchos porque lo sintieron como alguien sabio que ensanchaba siempre el campo de visión ajeno —con un libro, con un contacto, con una crítica constructiva— sin pedir algo a cambio. Todos coinciden en que era un eximio constructor de redes laborales y un líder cuya generosidad obligaba a los demás a dar lo mejor de uno. Por tanto, abrir una fundación con su nombre implica asumir una manera no sólo de hacer ciencia, sino de practicar el humanismo y de integrar valores sociales. También de mirar hacia el futuro.

Por eso, y al menos sobre el papel, la Fundación Sadosky será el instrumento que le permita a la Argentina cumplir con una meta estratégica: convertirse en 2014 en un país líder en el campo Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC). Para ello, la Fundación estará concebida como un centro de excelencia que investigará, desarrollará e innovará en esa materia y que actuará como el nodo integrador de la red científica y tecnológica del país. Si todo va bien, el gobierno confía en lograr entonces que la contribución al PBI de las empresas con orientación TIC crezca del 1,8 al 3 por ciento y que el número total de investigadores científicos aumente de 30 a 60 mil. En definitiva, este esfuerzo incrementará la competitividad de las empresas y robustecerá este sector productivo, donde el país tiene grandes oportunidades de mejora, según el estudio de fortalezas y debilidades del sistema científico argentino realizado por el gobierno.

Para Tulio del Bono, —quien ocupa el cargo que Sadosky tuvo durante el gobierno de Alfonsín—, la Fundación trabajará como una consultora público-estatal hiperespecializada que priorizará aquellas líneas de investigación en TIC que el consejo directivo considere de mayor impacto. Es decir: el diálogo entre Estado, universidades y empresas servirá para afinar dónde y cómo se invertirán los recursos. Asimismo, la Fundación actuará como una incubadora de empresas dedicadas a la tecnología, y no competirá contra ellas. Como pedía Sadosky, no se trata de generar abstracto conocimiento de punta, sino saber de alto nivel aplicado a necesidades sociales inmediatas. Por ejemplo, cuando él trajo a Clementina la puso a trabajar las 24 horas para corregir datos censales o calcular la altura y el caudal de los ríos. Esa es la idea de Matemática Aplicada que él tenía y que la Fundación implementará.

En ese sentido, las hoy misteriosas siglas TIC se convertirán tarde o temprano en algo de dominio público, como sucedió con la computadora. Del Bono da varios ejemplos de su aplicación futura: “En el agro puede ser un sistema informático que monitoree sensores de humedad y que permita regar con mayor eficiencia. En educación, a través de buenas conexiones por Internet, podemos aportar a las escuelas más alejadas del país recursos docentes de alta calidad. Y en las prácticas de gobierno, por ejemplo, podemos habilitar nuevas vías de participación para los ciudadanos a través de foros públicos y de consultas populares”. Vamos, que no quedará rubro sin tecnificar.

Mientras eso sucede, la Fundación ultima los trámites jurídicos para comenzar sus actividades en el segundo semestre de 2007. Primero abrirá la sede central en Buenos Aires y después articulará varios nodos regionales: “Probablemente empecemos con Bahía Blanca, Córdoba, San Juan, Rosario, San Luis y Tandil”, cita el Secretario. A continuación convocará un concurso para contratar de 10 a 20 científicos de primer orden que coordinen equipos de investigación nacionales. Si bien las líneas de trabajo las decidirá el consejo directivo de la Fundación cuando este se constituya, del Bono adelanta que pertenecerán a los rubros telecomunicaciones, microelectrónica, robótica y similares. En cuanto a la financiación, aclara: “El Estado correrá con los gastos de funcionamiento los 4 ó 5 primeros años, hasta que el proyecto se autosostenga gracias a las patentes que registremos y a la venta de servicios. El presupuesto inicial para la sede central es de 12 millones de pesos por año”.

¿Y algún objetivo para el corto plazo? “Sí, formar recursos humanos. La Argentina tiene pocos expertos en TIC con título de grado o posgrado; así que, a mi juicio, ese es uno de los baches más importantes que debemos salvar”, sostiene del Bono. De ahí que la Fundación se plantee dos objetivos inmediatos: colaborar con las universidades para crear estudios de grado y posgrado orientados a las TIC y colaborar con el Programa Raíces para repatriar y vincular científicos argentinos especializados en la materia a universidades de acá. La idea es, como aclara del Bono que “haya médicos, abogados, ingenieros agrónomos, etcétera que, por ejemplo, estudien posgrados y se especialicen en TIC”.

En resumen: en 2014 —el año en que Manuel Sadosky cumpliría cien años— las siglas TIC serán tan comunes como hoy PC. La Argentina, a través de esta fundación, quiere subirse ya mismo al tren que lleva a ese futuro. Los medios y el compromiso de todos los sectores parecen estar; ahora sólo falta echar a rodar el proyecto. Eso sí, ojalá que también para entonces, entre tanta tecnología, a los chicos del secundario ya sepan explicarles para qué sirve un matemático en una sociedad como esta.


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Un libro para honrar la memoria de un amigo

La deuda de Leopoldo Kulesz con su amigo Manuel Sadosky sigue sin saldar. De ahí que este Doctor en Matemática y editor de 36 años mantenga desde hace tiempo dos iniciativas para honrar su memoria. La primera consiste en regalar el libro “Honoris Causa. El legado de Manuel Sadosky” a quien se lo pida. Para ello basta escribirle al correo de la editorial, info@delzorzal.com.ar, y solicitarle este volumen, que compila los artículos que amigos como Mario Bunge, Pablo Jacovkis o Santiago Kovadloff le dedicaron a Sadosky. La segunda iniciativa es publicar un libro que recabe los testimonios de aquellas personas que lo conocieron Para colaborar en ese emprendimiento, la dirección de contacto es la misma.

Sin embargo, el tributo de Kulesz a su maestro no termina ahí. Dentro de las colecciones que ofrece Libros del Zorzal, una es Formación docente en Matemática y la dirige Patricia Sadovsky, sobrina de don Manuel y reconocida didacta en la materia. De momento, la colección consta de 6 libros, uno de los cuales, “Leyendo a Euclides” de Beppo Levi, originó la editorial. El libro data de 1947 y era inhallable hasta que Sadosky lo sacó en 1999 de su biblioteca para recomendárselo a Kulesz. Este quedó deslumbrado y, en vista de que nadie quería publicarlo, su hermano Octavio y él invirtieron 3 mil pesos y comenzaron con Libros del Zorzal.

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"Nos preocupaba que aprendieran a razonar"

Rebeca Guber fue la coautora de un libro de cabecera para muchos estudiantes de Análisis Matemático en los 60: “el Sadosky-Guber”, como lo llaman muchos todavía. Guber tiene hoy 80 años, trabaja desde 1995 en la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y ha participado en la elaboración del estatuto que regirá la fundación que lleva el nombre de su colega y amigo. A su edad, sigue tan activa como cuando Sadosky y ella escribieron el libro.

Así recuerda aquella época: “Los dos fuimos vetados como profesores universitarios por cuestiones políticas en la década del 50. Entonces dimos clases particulares para sobrevivir y ahí detectamos las principales falencias de los estudiantes. Como en nuestras respectivas cátedras, el doctor Sadosky se ocupó de la parte teórica y yo, de la práctica. En 2 ó 3 años tuvimos preparado el libro”. ¿Por qué funcionó tan bien? “Nos preocupaba que los alumnos aprendieran a razonar, no que rindieran exámenes y siguieran adelante”.

Eso sí, Sadosky-Guber compartieron más que un libro de Matemática. Primero, con la llegada de la Triple A en 1974, vivieron juntos el exilio en Venezuela. Después, con la llegada de Alfonsín en 1983, formaron equipo en la entonces Secretaría de Ciencia y Técnica. Es decir: el dúo laboral se mantuvo unido a lo largo de más de 50 años. En palabras de la doctora, la suya fue una relación “cálida, compañera, entrañable”.

Adultos Mayores :: Centro Cultural Rojas


Clarín, 18 de marzo de 2007, suplemento Educación

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Una legión de adultos apasionados por aprender

Es tal el éxito del Rojas que casi duplicó su matrícula desde 2000. Este año, unos 5.300 adultos de más 50 años se inscribieron en el Programa que ofrece 185 cursos. Desde el centro cultural aseguran que son alumnos que “demandan todo lo que un docente puede dar”.

Rubén A. Arribas

—El Rojas es una adicción a una droga. Una vez que entras acá, no lo querés dejar más. Al margen de las cuestiones de enseñanza —que los profesores son excelentes o que se prefiera unas materias a otras—, hay una cuestión de contención social. Hay gente que se quedó viuda, que los hijos se le casaron, que no tiene amigos... Llega acá, y a los dos meses son otras personas. No es mi caso ni el de María Antonia, que vinimos por placer, para aprender más... Pero viene mucha gente porque busca compañía —dice Alba Garibaldi.

—Acá, uno se encuentra con sus pares, y eso da mucha contención —dice María Antonia Muñiz.

—Mire, hace bastantes años un médico amigo —quien desgraciadamente falleció— que sabía que yo venía acá me dijo: “¿Por qué no me traés los papeles del Rojas?” A él lo iban a ver pacientes que estaban deprimidos y se le ocurrió recomendarles venir acá... Sabe, ¡la gente después regresaba a darle las gracias! Era gente que quedaba sola, y la enfermedad que tenía era esa: la soledad —dice Alba.

Además de amigas, Alba y María Antonia son dos adictas al Programa de Adultos Mayores que ofrece el Centro Cultural Ricardo Rojas: llevan casi dos décadas enganchadas. Pero no son las únicas; hay al menos unos 15 alumnos como ellas que participan desde el inicio (o casi) de este programa creado en 1987 y que depende de la Universidad de Buenos Aires. Las mejoras introducidas en la oferta educativa y la solvencia en la gestión durante los últimos años sólo han contribuido a incrementar esa adicción.

En su inicio el programa estaba dirigido a los mayores de 60 años, contaba con 450 estudiantes y ofrecía 28 cursos relacionados con la psicología, la salud y la informática. Veinte años después la edad de acceso son los 50, acoge a 5.300 estudiantes y brinda 185 cursos tan dispares como natación, pintura, la filosofía de Kierkegaard o el cine de Bergman, y todo con aranceles alrededor de 25 pesos mensuales por curso. Su éxito es tal, que quienes desean inscribirse forman cola a las 5 de la mañana cada vez que el Rojas abre la matriculación.

Cristina Lombardi, coordinadora del programa desde octubre de 2006 y en el Rojas desde 1987, explica así el secreto: “No pensamos en los alumnos como jubilados, padres o abuelos; sino como alumnos de la universidad. Esto nos diferencia de otros enfoques, como el gerontológico”. Y añade: “Los alumnos del Rojas vienen para incorporar herramientas con que reelaborar sus vidas, pensarse como ciudadanos y producir conocimiento. No vienen sólo a escuchar a los profesores, sino a participar y a que estos los ayuden a capitalizar saberes que incluso antes ni siquiera reconocían como propios. Para los docentes es un gran placer, pero también una gran exigencia: son alumnos que demandan todo lo que un docente puede dar”.

Es decir: el Rojas pone los profesores y la cafetería; los alumnos, lo demás. Como en la universidad, son los estudiantes quienes dotan de vida al centro cultural: construyen sus redes de amigos, se pasan por el Centro de Estudiantes para debatir la Ley de Educación Nacional o incluso crean una cooperativa, SER —ajena al Rojas—, para viajar juntos por la Argentina. Al parecer, la adicción tiene un motivo: seguir viviendo con intensidad.

—Trabajé como Perito Cerealero... Y siempre digo que estudié Económicas para poder vivir y que ahora vivo para estudiar lo que me gusta —dice Alba—. En el Rojas hice 5 años de Ciencias Políticas, 17 de Historia del Arte, varios cursos de Informática, Tango...

—Yo estudié para lo que me gustaba: maestra de inglés. Y acá continué esa línea: Historia del Arte y Filosofía —dice María Antonia.

Como señala la coordinadora, impresiona el entusiasmo de estos universitarios. Y es que Alba cumplirá 82 años el 29 de abril, nunca se casó pero tiene dos nietos y una sobrina que es como una hija, le ganó la batalla al cáncer hace 5 años y, dadas sus dotes de mando, los compañeros la llaman la Capitana. Por su parte, María Antonia cumple 71 el día después, enviudó uno de estos años que cursaba en el Rojas, dos de sus seis nietos viven con ella y desgraba las clases para sus compañeros. Las dos se jubilaron hace tiempo, pero ambas trabajan todavía en lo suyo... Y parece que tienen cuerda para rato.

—Yo pienso venir hasta los 120 años —dice Alba.

—Yo no sé si tanto... Pero también seguiré acá. Cuanto más aprendo, más puedo dar. Eso, junto con todo lo que viví, puedo transmitírselo a mis nietos. Es muy lindo llevarlos al museo y contarle las cosas que aprendí —dice María Antonia.

Desde luego, el cuerpo se deteriora con la edad; sin embargo, la sabiduría aumenta. Es un hecho. Sólo hace falta cuidarla entre todos. Por eso el adagio clásico dice que si una sociedad descuida a sus mayores, no merece tener historia. Alba y María Antonia ejemplifican por qué esa es una sentencia justa.


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La contención social: una tarea colectiva
“Llegar a los 60, a los 70, a los 80 y tener amigos, compañeros, aprender cosas nuevas, sentir que los hijos te tienen en cuenta, que los nietos te escuchan... Ser feliz. Eso es calidad de vida. Así no se pierde memoria o se contrae alguna psicopatología”.

Según Nidia Schuster, coordinadora del Programa Adultos Mayores de 50 del Rojas entre 2002 y 2006, la calidad de vida depende de tres factores: el psicológico, el biológico y el social. “De los dos primeros se ocupan otras instancias. De la contención social, se encargan lugares como el Rojas; sin embargo, esa labor también es una tarea colectiva”, subraya. Y advierte: “Hoy los jóvenes —incluso los médicos— no tienen paciencia con la gente grande y los hijos apenas les dedican tiempo para escucharlos o para estar con ellos por placer”.

En opinión de esta pedagoga, a partir de los 50 a los adultos les cuesta cada vez más establecer un lenguaje común con los hijos y con los nietos. Por un lado, la pareja decae, los hijos ya no viven en casa —muchos ni siquiera en el país— y el trabajo suele desmotivar. Por otro, el mundo avanza rápido y resulta sencillo quedar desactualizado. ¿Qué hacer? Cambiar de paradigma: “Antes de jubilarse, es bueno comenzar un nuevo proceso educativo que lo enriquezca a uno; así la transición se suaviza”, explica Schuster.

Además, indica, urge que el Estado y el sector privado implementen hoy políticas de cara a la próxima década. “La población de adultos mayores crece a un 3 por ciento anual, cada vez está más cualificada y carece de espacios para integrarse, desarrollar y transmitir sus potencialidades”. Y como idea para el debate, Schuster propone crear la Universidad de la Experiencia, “un lugar mitad club social, mitad universidad, que trabaje en Educación No Formal y que aproveche la experiencia de los adultos para beneficio de todos”.

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Agotados los temas, siempre van por más
Puntuales. Ávidos de conocimiento. Participativos. Solidarios. Y, sobre todo, tan motivadores que los profesores no faltan incluso cuando enferman. Después de 20 años de docencia en el Rojas, Jorge Botaro y Cristina Piaggio definen así a su alumnado. Por cierto, un alumnado que llena clases de hasta 40 personas, que promedia 62 años y gran parte del cual participa en el Programa de Adultos Mayores desde hace mucho.

Piaggio, profesora de Historia del Arte, conoce bien a los irreductibles del Rojas; al menos un grupo de 15 sigue sus cursos desde 1987. Juntos empezaron con el arte en Grecia y, cronológicamente, atravesaron la historia entera hasta llegar al siglo XXI. Agotado hace años el temario, los alumnos tomaron la posta y propusieron temas que les interesaban, como un curso sobre el arte egipcio o un taller donde reflexionar sobre la fotografía digital.

Con razón, a Piaggio le entusiasma el Rojas más que la Escuela de Bellas Artes, donde también enseña: “Allá lo normal es que te digan: ‘Ah, no, pero yo voy a ser artista, no me interesa Historia del Arte’. Acá la mayoría tiene el arte como una asignatura pendiente y no busca un título, sólo quiere aprender”.

El Coordinador del Área de Informática, Jorge Botaro, comparte la admiración de su colega por el ansia de aprendizaje de estos alumnos. Ahí va un dato: en 1987 Botaro comenzó con 4 cursos y unos 100 estudiantes, hoy coordina 35 cursos, tiene 800 estudiantes y debe gestionar largas listas de espera. Y es que las nuevas generaciones de adultos mayores le exigen algo más que manejar el correo electrónico o navegar por Internet: “Ahora estamos también con Photoshop, Flash y diseño de páginas web”, explica sonriente.

Chicos y escritores.org

Clarín, 4 de marzo, suplemento Educación

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SITIO EDUCATIVO EN INTERNET

Foro de escritores de 4a 12 años:
“¿Va coma?”, “¿Lo adjetivo o no?”

La página www.chicosyescritores.org, ideada por una de las mayores expertas en lectoescritura, Emilia Ferreiro logró que interactúen más de 11.000 chicos que escriben en español.

Rubén A. Arribas

“Había una vez una escuela muuuuuuuuuuuy antigua. A los chicos no les gustaba para nada. Un día subían todos juntos por la escalera y la pisaron con tanta fuerza que se dio vuelta y todos cayeron detrás. Resultó que volvieron al pasado cuando la escuela era nueva. Así descubrieron que la escalera era mágica y que podían viajar en el tiempo. Fin. Adiós. Hasta otro tiempo”.

Santiago García (6), de Esquel, es uno de los 2.407 argentinos que han publicado un texto en www.chicosyescritores.org, una página web ideada por la psicóloga Emilia Ferreiro y desarrollada entre el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México. En este foro educativo público y gratuito, interaccionan más de 11 mil chicos de 4 a 12 años que escriben en español, principalmente desde América Latina y España. Según Marina Kriscautzky —una de las coordinadora académicas—, esta experiencia demuestra “que los niños leen y escriben cuando le encuentran sentido a hacerlo; a ellos les gusta comunicarse por escrito cuando alguien les responde tomándose en serio lo que tienen para decir”.

Así sucede al menos con los pibes argentinos. Cuenta Kriscautzky desde México DF que estos “constituyen la segunda nacionalidad en cantidad de usuarios, pero en porcentaje son quienes más publican”. A finales de febrero de 2007, los jóvenes internautas albicelestes habían publicado ya 523 textos propios y habían recomendado 376 libros a sus pares. ¿Es mucho o poco? Por esas fechas, los casi 5 mil mexicanos inscriptos habían redactado 613 textos y habían recomendado 440 libros. Vamos, que los de acá le tienen tomada la medida a la computadora.

De todos modos, más que la afinidad por la tecnología —algo generacional— lo que llama la atención es que hayan recomendado 376 libros distintos. ¿No era que sólo leían a Harry Potter? Pues no. Para la cordobesa Sofía Rivadero (8), una linda lectura es “Ruperto detective”, de Roy Berocay. Según Paula Álvarez (10), de Buenos Aires, “Lorca para niños” es muy interesante porque permite “anotar o dibujar algo de una poesía en las últimas páginas”. Y a Oriana Arriola (13), de Villa La Angostura, “Caídos del mapa”, de María Inés Falconi (13), le gustó porque los protagonistas cursan el mismo grado que ella: 7º. Es decir: los chicos tienen variedad de gustos y les encanta compartirlos.

Y si variadas son sus preferencias literarias, no menos distintos son sus intereses cuando teclean. Así, la cordobesa Guadalupe Díaz (12) escribió una variación sobre el cuento del sapo y la princesa, donde este vive en Misiones y compite contra Fito Páez por la princesa Glucutucu. Por su parte, Martina López Yablon (13), de Buenos Aires, inventó «la poesía insonante», un género donde importa menos si la rima es consonante o asonante que formar aliteraciones como “la prisa de la brisa”. Otros, como los también porteños, Emanuel Gamaleri (13), Daiana Aime Scura (12) y Nicole Vispo (12) verbalizaron sus sentimientos respecto de la infancia perdida, el primer amor, la muerte, la escuela o los padres separados. Prosa, poesía, cuento, diario personal o autobiografía, que más da; lo importante es que escriben con frecuencia.

Eso sí, mejor noticia aún es que ellos apenas son una muestra de esos 2.407 compañeros argentinos que están anotados. Para Kriscautzky, después de cuatro años de proyecto la conclusión es clara: “Los niños piensan sobre la escritura, se plantean preguntas acerca de cómo funciona y de cómo interactuar socialmente a través de ella”. Los datos así lo corroboran: chicosyescritores.org recibe unas 4.700 visitas mensuales. Dicho de otro modo: los adultos deberían tomarse más en serio lo que los chicos tienen que decir, sobre todo por escrito.

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Como en un taller
Desde 2002 el equipo de chicosyescritores.org convierte en realidad un postulado de su coordinadora, Emilia Ferreiro —Doctora en Psicología, discípula de Jean Piaget y modernizadora de la lectoescritura—: promover el respeto intelectual por el niño. A través de la página web, estos docentes trabajan los textos que escriben los chicos como si estos asistieran a un taller de escritura. Marina Kriscautzky sintetiza así la metodología de las correcciones: “Nos ponemos en el punto de vista del autor, su edad y los conocimientos que muestra sobre escritura; en función de eso decidimos qué errores está en condiciones de ver el autor en su texto: no le pedimos lo mismo a un niño de 7 años que a uno de 13, pero tampoco que a los de 10. Si el texto necesita cambios, le escribimos al autor explicándole cuál es el principal problema y dándole ideas para mejorarlo. Si no, hacemos un comentario que acompaña al texto y lo publicamos”.

Francesco Tonucci (2)


Clarín, 4 de marzo de 2007, sección Educación

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“Jugar es vivir emociones que bajo el control adulto no son posibles”

En esta segunda charla con Clarín, el experto en infancia Francesco Tonucci, contó un reclamo frecuente de los chicos hacia los adultos. Están convencidos de que, aunque aportan buenas ideas para resolver asuntos de todos, no escuchan su opinión.

Rubén A. Arribas

¿Quién tiene más espacio público: los adultos para estacionar sus coches o los niños para jugar con los amigos? La respuesta a esa pregunta ejemplifica el discutible sentido que tiene la palabra progreso en la sociedad actual. Según el pedagogo Francesco Tonucci, los adultos abusan del poder que tienen y convierten las ciudades en prisiones para los más pequeños. Y todo, como explica este prestigioso especialista en la infancia, porque “Los adultos construyen ciudades sólo para ellos y sus automóviles, y echan a casi todos los demás”.

Así de claro: los políticos, los padres o lo docentes, por ejemplo, toman decisiones que afectan a los chicos, pero que no respetan los derechos básicos de estos. ¿Cuáles son esos derechos? “Poder salir de casa solos, participar como un ciudadano más en mejorar la ciudad, disfrutar de espacios públicos seguros y la adopción de una cultura de la infancia”, enumera Tonucci. Para los chicos, el progreso consiste en vivir en ciudades donde reinen los peatones y las bicicletas, aprender en escuelas que les resulten divertidas o evitar aburrirse en casa porque no los dejan salir solos. También en que los adultos les consulten sobre cómo convertir en realidad esos y otros sueños.

¿Por dónde empezar entonces? El principal reclamo infantil, cuenta este pedagogo, es pedir más autonomía, momentos de libertad donde no estén vigilados por los adultos. Sucede que los padres recluyen a sus hijos en casa y no los dejan salir solos porque le temen a todo: al tráfico, a los pederastas, a quienes les quitan las zapatillas y el dinero, incluso a los toboganes del parque. Tonucci entiende la preocupación por la inseguridad, pero argumenta en contra: “Los datos dicen que el 90 por ciento de la violencia infantil se produce en casa, no en la calle”. Y añade: “Si los chicos no pueden salir solos, no pueden jugar. Jugar necesita de suficiente autonomía y libertad para vivir experiencias como aventura, descubrimiento, riesgo... Emociones que, bajo el control de los adultos, no son posibles y que los niños necesitan para madurar”.

El siguiente reclamo de los chicos es que los adultos no tienen en cuenta su opinión, a pesar de que ellos aportan buenas ideas para resolver asuntos que afectan a todos. ¿Buenas ideas, en serio? A continuación unas preguntas para uno y otro bando, con las contestaciones que recabó Tonucci cuando se entrevistó en febrero con chicos de Rosario y de Buenos Aires. Una fácil: ¿qué es lo que más les gusta a los niños? Los padres: “Ver la televisión y jugar a la videoconsola”. Los hijos: “Jugar con otros niños”. Una de política: ¿cómo conseguir que la ciudad sea más segura? Equipo de los adultos: “¡Más policía!”. El de los pibes: “Llenar la ciudad de niños”. De nuevo la misma pregunta, por si los grandes, de repente, se vuelve creativos: ¿cómo lograr que la ciudad sea más segura? Los perdedores: “Instalemos videocámaras”. Los ganadores: “Pongamos a dos padres tomando mate en cada cuadra”.

Al respecto, Tonucci reflexiona: “Los adultos tienen una capacidad perversa para pensar que viviendo solos pueden ser felices. En cambio, los niños saben que para ser felices necesitan a los demás y por eso reclaman espacios públicos, donde público retoma el sentido de espacio compartido, y no de reservado”. Por tanto, ni PBI ni inflación; el progreso debe medirse por la capacidad de los adultos para poner en el corazón de la sociedad a los niños y dialogar con ellos; eso es lo que diferencia a unas sociedades de otras. Tonucci lo resume así: “Los niños se parecen bastante en todas partes; lo que cambia es la capacidad de los adultos para escucharlos y acompañarlos en lo que proponen”. Más económica no podía ser la fórmula del progreso y de la felicidad: hablar con los chicos.


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ROSARIO, UNA CIUDAD PIONERA

Francesco Tonucci vino acá para celebrar los diez años de adhesión de Rosario a La ciudad de los niños, una iniciativa mundial que conciencia a la sociedad de que los chicos también son ciudadanos. Como fundador del proyecto, el pedagogo se mostró encantado con los logros rosarinos y destacó la gran creatividad y el empuje del equipo coordinado por Chiqui González y Silvia Alderoqui. Entre las propuestas infantiles implementadas en la ciudad, la favorita del italiano es El día del juego: el primer miércoles de octubre las escuelas abren sólo para jugar, incluso la Policía corta varias calles para que la gente matee y los chicos corran tranquilos. La idea nació en 1998 y, desde entonces, más de 500 empresas se han sumado a la celebración y le dan una hora libre a su personal. ¿Para qué? Para que juegue, claro.